Carmen Sichar Claver
decidió un 19 de marzo de 1982 legar a sus hijos el tesoro más preciado
que tenía. Para ello escribió por dos veces, uno para cada hijo, un
cuaderno con una historia en la que narraría el martirio de sus tres
hermanos: Jorge, Julián y Miguel Sichar Claver.
Su padre, Jorge Sichar Allué, había sido uno de los fundadores y el primer director de “El Cruzado Aragonés”, que como podía leerse en su cabecera se trataba de un semanario católico defensor de los intereses morales y materiales del Alto Aragón.
Fundado en 1903, vinculado al Obispado de Barbastro, numerosos padres
escolapios y benedictinos del Santuario del Pueyo, aportaban trabajos y
colaboraciones de extraordinario nivel. La primera etapa publicará el
último número el 18 de Julio de 1936. Cuatro meses antes Barbastro había
dado la bienvenida al nuevo Obispo, Monseñor Florentino Asensio, que
moriría mártir el 9 de agosto de 1936, al igual que el director del
periódico, el sacerdote Marcelino Capalvo. El 12 de agosto de 1936, el
llamado Comité de Enlace Antifascista de Barbastro, ordena la incautación de toda la documentación y archivos. La voz del periódico fue violenta e injustamente acallada.
En 1953 relanza el periódico Monseñor Pedro Cantero Cuadrado, obispo de Barbastro. Su publicación llega hasta nuestros días.
Con
todos estos datos, el artículo de hoy, nos hace regresar a la diócesis
de Barbastro tan castigada en los días de la persecución religiosa.
Carmen comienza narrando el ambiente católico que siempre se había vivido en su casa “fueron
días muy difíciles para muchas familias de vida y costumbres católicas;
familias que no estábamos dispuestas a aceptar las ideas comunistas,
enemigas de Dios y su santa religión; haciendo de España una nación atea”. Los hechos suceden entre Barbastro y Estada, municipio de la comarca Somontano de Barbastro (Huesca).
Jorge
y Miguel eran abogados; Julián, sacerdote. Los tres profesaban un
ardiente amor a Jesús en la Sagrada Eucaristía. Jorge fue fundador y
miembro de la Adoración Nocturna de Barbastro. Fueron detenidos en su
casa el miércoles 22 de julio de 1936. Los subieron a un camión donde
iban también detenidos los vecinos Manuel Portolés, Ramón Lisa y el
párroco, don José Ribes. Los llevaron a Barbastro, donde ingresaron en
la cárcel a las 22´30 horas.
Este es el relato de Carmen Sichar:
El
coronel José Villalva, viendo que las turbas querían asaltar el
cuartel, se acobardó entregando la plaza en sus manos. Al momento se
produjeron en masa las detenciones del señor Obispo, sacerdotes,
religiosos y católicos seglares, hombres de bien de todas clases
sociales, políticos o no, daba igual. Iban a misa; había que matarlos.
El
20 de julio, vinieron del Ayuntamiento de Estada a detenernos en nombre
del comité. Allí pasamos unas horas, y, en la madrugada del 22, nos
obligaron a toda la familia, juntamente con el párroco a salir de noche,
por una ventana trasera de la casa, para que fuéramos con ellos al
monte, alegando que de Barbastro habían recibido órdenes de detención.
Como la salida fue muy rápida, nosotros no pensamos más que llevarnos al
Sagrado Corazón de Jesús por compañía, imagen de un metro de altura que
pasábamos de mano en mano para repartir el sacrificio.
Al
amanecer nos cobijamos en una pequeña casita de monte en plena sierra y
cercana a una fuente. Pasadas unas horas, se presentó allí una persona
que, con conocimiento del comité, traía algo para comer. Esta persona
nos aconsejaba que huyéramos a Francia por las montañas, empresa ésta de
una envergadura sumamente difícil con mi madre y el señor párroco, de
cerca de sesenta años. Con un grupo de siete personas iba a ser muy
arriesgada la huida.
Uno
de los que nos acompañaba se fingía de buena fe, pero bajó al pueblo
diciendo que queríamos huir, y, al atardecer, reforzando la guardia, nos
obligaron a regresar al pueblo, poniendo guardia permanente en la
puerta de casa, delante y detrás. Este suceso ocurrió el 22 de julio,
fiesta de la Patrona del pueblo, Santa Magdalena. Alguno comentó: “¡Qué día tan señalado el de hoy...!”. La contestación fue la siguiente: “¡Este año la procesión, ha sido más larga y presidida por el Sagrado Corazón!”.
Pasamos
la noche sobrecogidos viendo que se avecinaban momentos trágicos,
difíciles. Rezábamos en silencio. El párroco durmió en casa. No le
permitieron ir a la suya. A las once de la mañana del veintitrés, de
nuevo nos obligaron a ir a Estadilla en un camión, porque allí había
Guardia Civil y el comité así lo ordenó. Nos llevaron a una casa como
detenidos. A pesar de haber parentesco entre nosotros, no fuimos
acogidos con la cordialidad acostumbrada. Vino a saludarnos muy efusivo
el jefe de la Guardia Civil. A poco, el presidente del comité, y, entre
unos y otros, de Herodes a Pilatos, regresamos a casa a comer. Por
momentos, el ambiente se tornaba cada vez más tenso, cargado de odio a
todo lo que representaba a Dios y su Iglesia. Se veía venir el desenlace
del drama. Al atardecer, llegaron al fin los del comité de Barbastro,
y, unidos a los de aquí, se llevaron al párroco don José Ribes Guardia, mis tres hermanos: Jorge, Julián y Miguel,
y a otro vecino del pueblo, Manuel Portolés, que también fue fusilado
el siete de diciembre del 36, y Ramón Lisa, que fue el único
superviviente. A nosotras tres: mi madre, mi hermana y a mí, nos dijeron
que no querían mujeres. Al despedirnos y darnos un abrazo, unos y otros
dijimos: “¡Adiós! ¡Hasta el Cielo!”. Ellos bajaron la
escalera y desaparecieron para no volver. Nosotras, al perder de vista a
aquellos forajidos, caímos de rodillas en el oratorio de casa y nos
sumimos en la más grande soledad. Yo pedí a Julián que me dejara
confesar con él, cosa que me ilusionaba hacía tiempo y a él le daba
apuros. Le insistí nuevamente y tuve la satisfacción de recibir de él la
absolución.
¡Qué
días y qué noches pasadas en completa desolación! No podíamos conciliar
el sueño. Cualquier ruido o coche creíamos que venía por nosotras tres,
que habíamos quedado en casa. Varias noches asaltaron la iglesia
mofándose de las imágenes que arrastraban por la calle, y jugaban
“goleando” con la cabeza de un hermoso y antiquísimo Crucifijo, haciendo
grandes hogueras con los altares. Como la iglesia está frente a nuestra
casa, no podíamos perdernos tan horrible orgía. Reconocíamos las voces
de los blasfemos de tal profanación. Aquello fue horrible. Las pocas
noticias que nos llegaban eran que en todos los pueblos hacían lo mismo.
¡Vaya consuelo el nuestro! Que en todas partes amigos y parientes
pasaban las mismas amarguras que nosotras. Alguna amiga que vino a
visitarnos enseguida le dieron órdenes de que no volviera a hacerlo,
pues le perjudicaba. Incluso el señor médico tuvo que hacer saber su
profesión para venir diciendo que como médico, si lo necesitábamos, que
vendría, pero que, como amigo desde la niñez, no podía hacerlo. Tan
grande era el odio a todo lo nuestro que un perro lobo que teníamos, y
que hacía nuestras delicias en nuestros paseos por el campo, al faltar
mis hermanos, notó algo anormal en la casa y se fue a cobijar debajo de
nuestras camas. Un día desapareció y, al preguntar por él nos dijeron
que también lo habían fusilado.
Mi
madre estuvo tal vez más de quince días sin poder conciliar el sueño.
Ella, que era de su natural arrogante, aunque sencilla en el trato, iba
andando penosamente encorvada bajo el peso de su pena. Todos los días,
por un lado u otro, sabíamos de los fusilamientos en masa, y el 6 de
agosto llegó la noticia fatal. El camión de casa fue incautado y el
chofer iba y venía a Barbastro a diario, llevando a los del comité. Al
llegar la tarde del 6 de agosto vino a casa. Salió María Josefa (mi
hermana) al encuentro para saber de los hermanos. Él les llevaba ropa a
la cárcel, y aquel día se la devolvieron. Señal inequívoca de que habían sido fusilados.
Al dar la noticia a nuestra madre no sabíamos cómo empezar. Poco hubo
que indicarle. Lo comprendió rápidamente, y, con una resignación
pasmosa, nos dijo: “¡Hijas mías! ¡Alabado sea Dios que así lo ha permitido!”.
Pasamos largas horas en silencio, yo más diría en oración constante.
Cuando podíamos, rezábamos el rosario y leíamos las oraciones de la
Misa. Al leer el evangelio del 6 de agosto: la Transfiguración del Señor
con el ofrecimiento de los apóstoles de construir tres tiendas para
estar con Jesús, nosotras ofrecíamos aquellas tres vidas jóvenes,
pidiendo que su sangre derramada no fuera estéril; que el Señor aceptase
aquellos sacrificios para bien de la Iglesia Católica y de España.
Dicen que el martirio se prepara con una vida de martirio. ¡Qué
clase de martirio no pasarían en aquellos catorce días en la cárcel
abarrotada de amigos y compañeros y en los PP. Escolapios! ¡Qué
trato recibirían de aquellos forajidos llenos de ira, sin temor a Dios
alguno, y que allí mandaban bajo la opresión, sin sujetarse a autoridad
legal alguna! Poco sabemos de lo que dentro ocurría, únicamente
padecimos el resultado.
Barbastro,
como los pueblos limítrofes, en esos días era un hervidero de gentes
venidas de Cataluña, gentes salidas de su célebre “barrio chino”,
gentes desalmadas que envenenaban a los que estaban por estos
contornos, propensos también ellos a la revolución marxista, por lo
tanto, dispuestos a colaborar, a sus órdenes, en toda clase de
atropellos. Al ver que no podían entrar en Huesca, se cebaron en la
retaguardia destruyendo cuanto contenía un significado de Religión y de
Patria.
Me imagino el alto nivel de fe y amor a Dios que en la cárcel reinaría entre unos y otros. ¡Qué confesiones con tan buenos sacerdotes!
El desprendimiento de todo lo humano ante lo divino, viendo llegar el
holocausto de sus vidas en flor, ofrecidas desinteresadamente por la
Religión y España, tan perseguidas. Fue éste un preámbulo que, seguro,
aceptaron con gusto viendo llegar la muerte, y que, si sus vidas eran
gratas al Señor, las ofrecían generosamente pidiendo perdón por sus
asesinos con la misma actitud del Señor en la Cruz: “¡Padre, perdónalos, que no saben lo que hacen!”.
Rodeados del señor Obispo y de tan eminentes sacerdotes que los
confortaban si alguno de ellos desfallecía, ¡qué momentos de emoción y
fervor cristiano vivirían durante aquellos días interminables!
En la mañana del 6 de agosto, en la carretera de Huesca, a kilómetro y medio, dieron sus vidas a Dios.
Al salir de la cárcel para subir al camión de la muerte, cómo mirarían a
su alrededor aquellos edificios tan llenos de recuerdos de la niñez, la
casa donde nacimos y donde, siendo niños, aprendimos los fundamentos de
la fe, incluso en nuestros juegos infantiles.
La familia conserva este documento sellado por el Comité de enlace antifascista, que nombra a los hermanos mártires pluralizando el primer apellido: los Sichares, 3. Llama la atención el encabezamiento: "Presos que pide el Pueblo".
Tuvimos noticias bastante directas presenciadas por el chofer que los condujo al lugar del fusilamiento, llamado Mariano Fierro,
que era hijo de una familia muy adicta a mis padres durante varias
generaciones. Este aseguraba que al ver subir al camión a mis hermanos, y
a don Félix Sanz, canónigo con quien también le unía muy buena amistad,
quiso fingirse enfermo, alegando que no podía conducir, a lo que los
verdugos le contestaron: “¡Si no llevas el camión, monta detrás con ellos!”. Como es lógico, quieras que no, hubo de tomar el volante. Este muchacho joven presenció cómo iban cantando el himno a Cristo Rey por la carretera hasta llegar al lugar del fusilamiento. Allí, cuando iban a dispararlos, todos a una gritaron: “¡Viva Cristo Rey!”.
Pilar
Claver Coll, hermana de José Mª, fusilado el mismo día, me aseguró que
al ir a reconocer el cadáver de éste, una vez liberado Barbastro,
encontraban los cadáveres sin pantalones. ¡Qué hicieron con las
víctimas, sólo Dios lo sabe!
Nosotras,
cuando regresamos después de los tres años de guerra y quisimos recoger
sus restos, nos dijeron que era imposible ya identificarlos. Esperamos
que, en el último día, y al son de la trompeta del Juicio Final, podamos
verlos con la corona del martirio sobre sus cabezas.
Espigando párrafos del manuscrito, dejamos que Carmen esboce los datos biográficos de sus tres hermanos mártires.
Julián, sacerdote secular
Un
día monseñor Isidoro Badía, Obispo de Barbastro, dijo a mi padre:
“Usted que tiene tantos hijos, ¿por qué no me manda algunos al
Seminario?”. Hizo durante la comida en familia ese comentario. Julián,
que entonces tenía diez años, contestó: “-Yo quiero ir”.
Como
vieron que el niño insistía, mis padres lo mandaron a varios sacerdotes
de la Curia, para que ellos comprobaran si verdaderamente tenía
vocación. Empezó sus estudios con mucha ilusión. Pasó en el Seminario de
Barbastro cuatro años. Mis padres seguían su vocación de cerca,
aconsejados por varios canónigos decidieron que fuera a la Universidad
de Comillas, a completar allí su carrera sacerdotal. Julián estudió allí
dos años.
Durante
este período, le pareció que el Señor le llamaba al Noviciado de los
jesuitas. Mis padres deseaban que primero acabara su carrera, y,
terminada ésta, decidiera… Al fin accedieron, y marchó a Carrión de los
Condes, al Noviciado, donde estuvo poco tiempo, no llegó a un curso,
porque su salud se quebrantó con el crecimiento de sus dieciséis años,
regresando a casa, donde fue sometido a un severo régimen, combatiendo
la albúmina durante más de un año, siguiendo nuevamente sus estudios en
Barbastro.
Al
reponerse, regresó a Comillas, pensando que como sacerdote secular
podría misionar mucho en España. Celebró su Primera Misa el 14 de agosto
de 1930, a poco de morir nuestro padre y nuestro hermano Jaime. Trece
meses de uno a otro. La celebró en el Oratorio de la casa de Estada.
Julián
tenía un trato sencillo y agradable que todos admiraban. Terminada su
carrera, fue a Roma para hacer su licenciatura en Derecho Canónico en la
Gregoriana. Allí estaba el año 1931 y tuvo que regresar a España porque
le exigían cumplir el servicio militar.
Desde
antes de cantar Misa tomó posesión de un beneficio que de antiguo había
sido fundado y que mis padres cubrían las cargas con todo esmero. Este
se hizo cargo de dichas obligaciones y ayudaba al párroco en las
catequesis y cantos parroquiales, haciendo lo mismo en los pueblos
vecinos. Era muy querido y respetado entre sus compañeros, aunque éstos
fueran más ancianos.
Jorge y Miguel fueron abogados
Mis
hermanos, en estos años, fueron a la Universidad. Hicieron sus
carreras: Jorge, abogado; Francisco, militar; Julián, sacerdote; Miguel,
abogado; Jaime murió diabético a sus veinte años, dando en su
enfermedad, y especialmente en sus últimos días, testimonio de su fe,
aceptando con resignación la prueba que el Señor le enviaba. María
Josefa y yo ayudábamos a nuestra madre en las tareas de la casa. Mis
padres no veían con agrado el paso de las hijas por la Universidad. El
menor de mis hermanos, Carlos, murió a los cinco meses de edad.
El
paso por la Universidad, les abrió los ojos a mis hermanos, al tratar
de cerca de personas de ideas liberales, algunas de las cuales ocuparon
después cargos en la política. No compartían las ideas de éstos,
manteniéndose siempre fieles a la doctrina de la Iglesia y
manifestándolo públicamente. Esto no era del agrado de muchos. A otros
les gustaba conversar con ellos, teniendo largas charlas también con los
buenísimos sacerdotes que entonces abundaban. Al fundar la Acción Católica y la Adoración Nocturna, allí estaban ellos como socios fundadores.
Miguel,
a sus catorce años, padeció una desviación de columna vertebral que le
obligó a estar en cama durante diez y ocho meses. Antes había llevado un
corsé ortopédico. Con todo esto sufrió mucho en sus años jóvenes. Nunca
le oímos quejarse, antes al contrario, salió muy confortado en la fe.
Ni que decir tiene que, como sus hermanos, cumplía fielmente sus
obligaciones con la Iglesia de Cristo. Entre los universitarios y amigos
procuraba dar buen ejemplo de su fe. Miguel, al llegar su servicio
militar se hizo Oficial de Complemento… pasados un par de años llegó la
fatal República atea con sus consecuencias trágicas. Como Alférez de
Complemento le obligaban a que aceptase ésta y sus leyes. Miguel y dos más en toda España, fueron los únicos, que se negaron a ello, degradándolos. Fue publicado en el Diario Oficial del Ejército. No puedo precisar la fecha.
…Como
las oposiciones y colocaciones estaban muy difíciles, y casi reservadas
todas ellas a los de ideas totalmente opuestas a las suyas, Miguel
seguía en casa ayudando a Jorge en las tareas de la familia. Todos los días oía Misa y comulgaba ayudando como monaguillo a Julián,
para así ganar las indulgencias concedidas por ello. Se declaró esclavo
de la Virgen, y pidió que su enterramiento fuera con rito católico
(entonces había que exigirlo). Lo hicimos toda la familia.
Una
madrugada, al salir de la Adoración Nocturna con un grupo de jóvenes de
Acción Católica, se indignaron al ver unos escritos que, en el suelo de
la Plaza del Mercado, habían estampado los enemigos de la fe. Eran unas
frases insultantes contra Dios y contra España. Ellos borraron lo que
precedía, y, aprovechando la palabra España, añadieron: Esta quiere la Religión Católica y la Monarquía.
La
reacción no se hizo esperar. Entre unos y otros hubo momentos de gran
tirantez hasta que los rojos comunistas desaparecieron. La sentencia
contra los valientes que habían salido en defensa de Dios y de España,
se pronunció aquel día. De aquel grupo de católicos pocos quedaron con
vida puesto que, en los primeros días del Alzamiento, entre Julio y
Agosto, desparecieron casi todos.
Jorge,
como hermano mayor, ayudó desde muy joven a mis padres en las tareas de
la casa, una vez terminada su carrera de abogado. Le llamaban el papá
joven, porque siempre iba rodeado de los hermanos pequeños. Se destacó
mucho por su simpatía y personalidad. Esto le obligó a aceptar el cargo
de Jefe Regional de la Comunión Tradicionalista en la Provincia de Huesca.
Como
buen español y requeté, descendiente de nuestros antepasados que
también lo fueron para defender a Dios y a España de las corrientes
liberales, tuvo que tomar parte en actos públicos. Jamás le movió ni la
más ligera idea de dedicarse a la política. Su lema era: Dios y España, tan ultrajados y menospreciados en aquellas fechas por liberales y masones.
Acudía
a los actos de la Minerva del Santísimo que había en la Catedral,
Octava solemnísima del Corpus Christi (dicho apelativo "de la Minerva",
se debe al hecho de que según la tradición las procesiones eucarísticas
en torno al Corpus empezaron a celebrarse en la Basílica romana de Santa María sopra Minerva).
Era de la Adoración y fundador de ésta a la que acudíamos de Estada a
Barbastro -junto con otras funciones religiosas- para dar testimonio de
nuestra fe. La novena del Sagrado Corazón de Jesús no la perdíamos
jamás. Éramos como tantos otros que, amantes de nuestra Religión,
historia, leyes y cultura, llevábamos esa tradición en la médula de los
huesos. En el año de 1936, estas participaciones religiosas eran ya casi
un reto. Los marxistas atacaban por todos lados. Los católicos no se
achicaban, enfervorizados por tantos e insignes sacerdotes que nos
preparaban para estar en nuestros puestos de alerta.
Jorge
compartía muy buenas amistades con los señores obispos y clero en
general, estando muy asesorado para ver y comprender cómo se
desarrollaban los acontecimientos nacionales.
Sucedió el segundo asalto por los rojos
al seminario a finales de mayo, días antes de la novena al Sagrado
Corazón de Jesús. Ellos reclamaban el edificio como casa del pueblo.
Jorge y Miguel, sabedores de lo que iba a ocurrir fueron allí para
acompañar a los PP. Claretianos que lo regentaban. En el momento del
asalto eran los únicos seglares que estaban en el edificio, más algún
seminarista. La policía de Guardias de Asalto que vinieron de Huesca con
el fin de proteger el edificio, al entrar, comentaban las muchas
barbaridades que como aquella se cometían en España por los amigos de
Marx. Los guardias añadían que se estaba preparando un Alzamiento
Nacional, como así ocurrió el 18 de julio. En el intervalo de estos
días, dieron un plazo al Sr. Obispo, Monseñor Florentino Asensio para
que desalojara el edificio. Mis hermanos, de acuerdo con dicho señor
Obispo, con el camión de casa y el conductor, ayudaron durante varios
días a llevar a Palacio cuanto el señor Obispo dispuso.
Mucha
gente los felicitaba por la calle por su adhesión a la Iglesia, lo
mismo que a mi madre por tales hijos. No faltó uno que dijo a Jorge:
“-¡Eres demasiado arriesgado. Lo vas a pagar caro. Mira, mientras sólo se metan con los curas, tú déjalos!”.
A lo que mi hermano contestó:
“-Cuando se metan con ellos, no estaremos muy libres ni tú ni yo”.
Efectivamente,
así fue; mis hermanos fusilados el 6 de agosto, y dicho señor el 21 de
septiembre. Me figuro que en el Cielo se habrán encontrado, ya que les
unían ideales parecidos.
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